viernes, 11 de octubre de 2013

Galicia, un tesoro desaprovechado



Mar, montañas, rincones únicos, una gastronomía difícilmente igualable, una cultura rica y el punto final de una de las peregrinaciones más famosas del mundo. Esos son solo algunos de los impresionantes activos que posee Galicia. Unos, logrados gracias a su peculiar orografía mientras que, otros, se han ido construyendo con el paso de los años hasta convertirse en una de las principales señas de identidad de un territorio en el que viven más de 2,7 millones de personas en sus 29.574 km2 de superficie. Por su parte, el número de gallegos fuera de la Comunidad asciende a más de 700.000, casi el 50% residen en el extranjero. Eso, sin contar a los descendientes de gallegos que, como pueden imaginar son muchos. Yo pertenezco, a mucha honra, a este último grupo y, año tras año, compruebo que Galicia es todo un tesoro desaprovechado.

Muchísimas zonas del mundo desearían tener el patrimonio natural que tienen los gallegos y, posiblemente, en parte de ellas, le darían un mejor uso que el que allí le dan. El gallego si por algo destaca es por ser muy trabajador, es un currela incansable que, con ese valor por bandera, ha conquistado a medio mundo. Lástima que lo haya hecho no por trabajar en su tierra y proyectarse internacionalmente, sino emigrando porque en casa no encontraba las opciones que le ofrecían en otros lugares. Así, llegaron mis abuelos maternos a Bizkaia procedentes de Agolada, un pueblo pontevedrés -algunos dicen que es el centro geográfico de Galicia- del que en la década de los 50 y 60 emigró gran parte de la juventud en busca de un futuro mejor. Hubo quien se quedó y, sin duda, quienes no marcharon, fueron las cuatro familias de terratenientes que controlaron y controlan este pueblo que es toda una muestra de un lugar de lo que podía ser y no es.

BENEFICIO PARA UNOS POCOS Creo tanto en las posibilidades de Galicia como que los recursos que tienen no se explotaron para el bien general, sino para el beneficio de unos pocos. Con una maquinaria muy bien orquestada, han creado un sistema que, sin duda, ha tenido éxito para los más poderosos. Como buenos currelas, los gallegos de a pie han hecho lo imposible para salir adelante lo más dignamente que han podido, mientras que los cuatro terratenientes que antes comentaba y algunas empresas han expoliado todo lo que han querido creando, a cambio,  muy poco para la sociedad. Además, con el paso de los años y de las generaciones, han inoculado el conformismo en un pueblo que, en algunos casos, puede llegar a creer que no aspira a más que lo que tiene. Ese mensaje de "virgencita, virgencita que me quede como estoy" viene, en gran parte por dos motivos: El excesivo respeto que hay en muchos lugares a las instituciones y por la dejadez de los diferentes órganos de Gobierno que, en muchas ocasiones, han primado el interés particular por encima del bien común, frenando el desarrollo de los pueblos.


En imagen, Os Pendellos de Agolada, principal símbolo de un pueblo pontevedrés venido a menos.

Todo esto que comento, lo veo de una forma clara, año a año, en Agolada. Situado a 20 kilómetros de Melide y 17 de Lalín, -dos municipios grandes y capitales de las comarcas de Terra de Melide y Deza, respectivamente- Agolada se ha resignado a vivir y empequeñecerse a la sombra de dos localidades que van a más. Jamás vi en un lugar tanto respeto a un alcalde como allí, y pocas veces vi un alcalde que mirase tan poco por su pueblo. Hace unos años, a petición de algunos ciudadanos -poderosos, cómo no- de la localidad, se quitó la E. S.O. de la escuela municipal. Dejando así a muchos jóvenes en la tesitura de tener que hacer más de 20 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta para poder asistir a clases, recordemos, obligatorias. También se dejaron marchar de la localidad un par de empresas potentes y, todo ello, ha dado lugar a un pueblo que muere lentamente, que ha pasado de 4.700 habitantes en 1970 a los poco más de 2.800 que hay en la actualidad. El agolense calla y aguanta, como muchos gallegos hacen cuando ven cómo por los intereses de unos pocos, se cargan un paisaje que, pese a que debería ser de todos, tiene dueño.


Este verano, para variar, los montes gallegos han sido los principales afectados por los incendios. En total, más de 15.000 hectáreas han pasado de ser verdes y dar vida a sus entornos, a convertirse en un paisaje negro y cubierto de ceniza. No ha sido casualidad. Por desgracia, en Galicia los incendios son el pan nuestro de cada día de verano. Desde la Xunta, se responsabiliza de la situación a "los incendiarios" sin reparar en que el que prende la mecha que origina el fuego, en la mayoría de los casos, no lo hace por enfermedad, sino por beneficio económico. Madereras que buscan pagar menos por la madera, terratenientes que buscan cobrar un seguro y luego volverse a valer de las subvenciones... Eso y una falta de recursos e inversiones asombrosas hacen que los montes ardan de forma sistemática. Que en muchos montes el único cortafuegos sea la carretera que lo atraviesa es de juzgado de guardia. Para colmo, ayer el PP gallego -con su mayoría absoluta otorgada por el pueblo- ha rechazado que el monte O Pindo, que fue arrasado por las llamas este verano, sea denominado Parque Natural. De esta forma, se deja este lugar en el que se asienta la cascada de Ézaro, única en Europa, desprotegido ante otros ataques similares al de este verano. Mientras, el gallego llora, aguanta y sigue adelante como pasó en otras catástrofes naturales como la del Prestige.Lacras como éstas y las nulas medidas que se toman para evitarlas, hacen que sea muy difícil que Galicia alcance su máximo potencial. En todos los sitios cuecen habas, pero, sinceramente, creo que, allí, el puchero está a rebosar.

 El Gobierno popular de Galicia no declarará O Pindo Parque Natural, donde se asienta Ézaro.

Desde fuera y sin poder hacer nada - yo como descendiente de gallegos residente en Bizkaia no puedo votar en las elecciones gallegas, mientras que un descendiente que vive en Caracas puede hacerlo-echo en falta esa unión, esa valentía y esa visión de país que los gallegos muestran en situaciones límite. Este verano, en el accidente ferroviario de Angrois, Galicia volvió a mostrar al mundo que, todos juntos, pueden hacer frente a lo que sea. El camino hacia una tierra más próspera y acorde a sus posibilidades reales, se hace unidos y abandonando la cultura de "A leiriña" - más o menos, preocuparse de lo de uno y que el vecino haga lo propio con lo suyo-. Ese egoísmo que, realmente no es tal, ha estado impulsado por el poder económico y político para así poder manejar el cotarro a su antojo. Fruto de su gestión totalmente dirigida por y para el interés de unos pocos, hoy veo en Galicia un tesoro desaprovechado.